domingo, 14 de septiembre de 2008

El pellejo del camaleón




Meterse en la piel de los protagonistas es posible. Lo practican muchos periodistas de crónica, pero hay un peligro evidente: rasgarnos las vestiduras para que se nos vea el hueso del otro.
Arcadi Espada lo ilustra con propiedad: "Dentro de la piel de los otros no se ve nada". Nada.
Para muchos es una hazaña informativa: vestirse de mendigo, maquillarse la cara con polvos de pobreza y hundir las manos en el fango cierto de una ilusión. Todo para hacerse pasar por indigente que pide limosnas a peatones y conductores en la ciudad. Saber cuánto gana el pordiosero, conocer cuánto desprecio sienten las personas de él y qué cara debe mostrar para causar lástima.
Para mí es pura ficción, espejismo de múltiples contradicciones altisonantes, periodismo al servicio de la entelequia de la conciencia social.
Lo que gusta al lector como una variedad informativa es un insulto al hambre y de ninguna manera, una necesidad.
El pellejo de uno tiene límites en el pellejo del otro. El camaleón tiene la facultad de asimilarse al color del medio ambiente. En las personas se atribuye esta cualidad a quienes cambian con facilidad de parecer. Pero el camaleón, por más que lo intente, no será igual a otro camaleón, aunque las personas tengan la capacidad de cambiar de opinión.
En el reino animal, los primates imitan a los humanos, pero se notan las diferencias, por suerte para los monos. Ni la ciencia con la clonación ha podido probar la equivalencia genética entre dos tipos, aunque muestren rasgos físicos semejantes. La personalidad y el temperamento están ligados a la genética y a condicionantes del ambiente.
Volvamos al falso mendigo. Vive hasta el mediodía la realidad de indigente. A la tarde se disfraza de periodista para contar su historia. Al día siguiente su crónica se desplaza en una página. Como el diario analizó la noche anterior que esta historia tendría un gran impacto social, autorizó un avance de considerable tamaño en la portada.
Los límites del reportero saltan a la vista. No es un mendigo, no vive ni ha vivido como tal. No tiene una historia más que contar que la experimentó por unas horas. No vive por dentro lo que viven a diario los indigentes. Muchos de ellos comparten cuartos arrendados en tugurios o subsisten debajo de los puentes, comen las sobras que les dan los otros y duermen en pisos fríos con cobijas de cartón.
¿No era mejor contar la historia del mendigo desde su realidad, desde su entendimiento del mundo, con su pasado y presente? ¿Por qué el periódico escogió la variante de un engaño y no la posibilidad de hacer un acompañamiento periodístico? ¿Por qué el diario no eligió mejor disfrazarse de alcalde, de empresario próspero o de potentado terrateniente? Prefirió asumir la apariencia de los esclavos de éstos.
La mayoría de medios de comunicación en el Ecuador asumen esta tendencia sin reparar en la intimidad de las personas. El mejor caldo de cultivo para estas crónicas es la pobreza.
Las salas de redacción inducen esta práctica y hasta las escuelas de Comunicación de las Universidades ven como normal y hasta didáctico meterse en la piel de la gente.
Las salas de redacción deben alertarse para no caer en este sutil engaño que trastoca los modos informativos y los códigos de ética que no admiten la suplantación.
Mantener la distancia con los protagonistas desde una visión objetiva que pueda contar la verdad de los hechos y no desde un maniquí al que acomodan la indumentaria de acuerdo a la temporada. Ese es el desafío.

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